domingo, junio 29, 2008

la música del motor


Eran 12 años. Era un lugar encantador y solitario para mi, una isla.
La música siempre estuvo, antes omnipresente. En ese entonces brotaba, lenta, de una radio de plástico rojo, apaisada. Apoyada en la mesa de luz de mi madre la música clásica dictaba el ritmo de nuestra vida tropical. Un bastión, quizas, de la cultura centralista europea que resistía, como un referente o eje de nuestra idiosincrasia.

Los locutores de emisoras de música clásica tan estereotipados, caricaturas de “Les luthiers”,anunciaban cansinos la banda de sonido de aquellos días.
Lagartijas detrás de los cuadros, cuadros decolorándose a fuerza de sol,sol permanente, luz blanca, meridiana, cenital, sobrenatural.

En aquel contexto, surreal, un loquito con su ímpetu constructor, curador, sanador, irrumpió en umbral de la adolescencia. El me regalo mis primeros cassettes:
The beatles, el álbum blanco, Queen, killer queen y Pink Floyd, una recopilación que traía: Another brick in the wall, one of these days, sheeps, y algún tema más.
Era el primer amigo adulto que tenía. Contaba conmigo para algunos de sus planes diarios.
-Hoy vamos a limpiar el motor, vamos a hacer que esto funcione.
Era una moto soviética, una Júpiter con sidecar. Nos abocamos a la reparación de aquel cascajo, sospecho que era un cascajo usado y maltratado por ser un vehículo estatal. Anduvo al fin, arranco. Anduvimos en ella en un paseo inaugural, hasta Bacuranao, una de las playas más lindas y cercanas de Alamar.

Luego, no se cómo se fue involucrando Silvia. La verdad es que mi niñez, flagrante entonces, no supo captar el proceso, lógico, de seducción y entrega mutuos, que vivieron ellos. Algún ataque de celos de mis padres, alguna advertencia inútil.
Todos sabemos que cuanto más resistencia encuentra un amor, más fuerte se vuelve.
Lo cierto es que de pronto aquel amigo adulto, mi primer amigo de otro mundo, se convirtió de repente en mi tío. Debo decir que me alegre. Me alegre por que era una garantía de permanencia en aquella vida de afectos tan efímeros que llevaba a los 12
años.