sábado, agosto 19, 2006

La respiración. Solo escucho mi corazón y la respiración. Solíamos bucear alrededor de los cañones de un antiguo naufragio costero. En la atmósfera azul de la ensenada solo el sonido de nuestros corazones y la respiración.

Ando despacio, en este barrio solo quedan los muertos. El viento juega con la cabellera de una muchacha que se quedo sentada en el escalón de un zaguán. La miro de cerca, el pelo vuela a través de su boca abierta, y parece que el viento quiere darle el aliento que no alcanzó. Es el único cadáver que hay en la calle. Azul a esta hora, la acera oeste parece un tramo de mar en donde soy buzo. En aquella ciudad sumergida solo escucho mi corazón y la respiración.

Nadie enciende las lámparas. No hay nadie aquí.

Desde esta esquina se ve la autopista, parece que hay un accidente grande, ha sido el pánico. Sobran las razones para que el terror se apodere de la gente. Sin embargo camino tranquilo mirando las sombras que se proyectan a esta hora. Levanto un brazo para ver mi sombra más alargada y me saludan desde lejos, desde la autopista. Desde donde me verán como un héroe, con mi máscara y respirador, buscando salvar vidas en este gigantesco naufragio, donde lo que se hunde permanentemente es la esperanza. ¿Cuánto durara la epidemia?, ¿Meses, semanas, años? ¿Que otra epidemia vendrá después? ¿O será esta la última, la definitiva?. ¿Cuánto ha hecho la humanidad para evitar su autodestrucción?.

No tengo tiempo para pensar, pero quien puede evitarlo. El éxodo desfila frente a mí por esa carretera.

Claro. ¿Que esperaban?, que nunca habría de llegar, ¿ Acaso pensaban que todo era parte de una ficción gigantesca en donde la verdad del shampoo es igual a la verdad del hambre o de la guerra? Pues aquí también, o creían que estaban lejos.

He visto miles de cadáveres en estos días, la gente muere como los peces afuera del agua, incluso el gesto del que se ha asfixiado se asemeja al de un pescado. Lo que pone en contradicción a mi emoción de sentirme buzo. Pero no doy con otro recurso mejor que el de revivir los momentos en el fondo de la ensenada para soportar el horror.

El cielo comienza a cerrarse y aún sigo aquí, viendo las sombras diluirse en la oscuridad. Es una noche hermosa y fresca de primavera. Me vuelvo hacia la calle y camino hasta donde yace sentada la muchacha. Siento mi sangre apurando las sienes. Me siento a su lado y me saco la máscara para sentir el viento en la cara.

El viento trae la algarabía de la autopista, sus pelos acarician también mi cara. Miro hacia donde ella mira. No hay más que cielo.

- Somos tan jóvenes, digo en voz baja.

La respiración, Ella que me da un beso por primera vez, mi corazón que quiere salirse del pecho y su risa, la respiración, y mi corazón se va.

La enfermera confirma:

-Se ha ido. Mecánicamente retira el respirador.

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